Gabriel Hakel viaja al "Hakel Naturschutzgebiet" (Hakel : Área de preservación de la naturaleza), en Sajonia-Anhalt, para ver de que se trata ese extraño lugar, cuyo nombre, coincide con su apellido familiar.
En 1964, cuando tenía 14 años, me regalaron el atlas geográfico de la enciclopedia alemana «Brockhaus». En el índice posterior vi que aparecía nuestro apellido «Hakel» y este figuraba en uno de los mapas de detalle de las regiones alemanas, con un color diferenciado de su entorno. Sin embargo no estaba claro de que elemento geográfico se trataba. Como el «Brockhaus Atlas» estaba editado en la entonces Alemania Federal, los límites políticos, entre esta y la Alemania Oriental (DDR) no estaban expresados; quizás alentando la idea, que Alemania era un solo país. Solo se distinguían claramente los límites entre cada uno de los «Lander» (provincias-estado) que constituían las partes de ambas Alemanias y había que saber por cual de los bordes de esas provincias-estado pasaba la separación entre la Alemania Federal y la Alemania Oriental (DDR), que a su vez, era el límite que marcaba la «Cortina de Hierro», que separaba a los dos bloques políticos de ese entonces.
Corroboré que el «Hakel», quedaba en el «Land» (provincia-estado) llamado Sajonia-Anhalt, y que estaba bastante cerca del borde entre las dos partes de Alemania, pero que justo caía en la Alemania Oriental (DDR), o sea en la zona comunista. Por lo tanto, iba a ser un lugar casi imposible de visitar alguna vez. Después de la unificación de Alemania en 1989, pensé en ir a conocer ese lugar, pero no había forma de combinarlo con alguno de nuestros viajes, ya que es un sitio que queda lejos de los aeropuertos de conexión habituales. En Internet descubrí que el «Hakel» era un bosque declarado como «área de preservación de la naturaleza», cuya traducción en Alemán es : «Natuschutzgebiet». Recién en 2017 y volviendo con mi esposa en un viaje desde Sri Lanka (!) a la Argentina, nos tomamos el tiempo para ir hasta el «Hakel»; saliendo y volviendo en el día desde Berlín, donde habíamos hecho una parada, en nuestro viaje de regreso a Sudamérica.
Sabíamos que la estación de tren mas cercana al «Hakel» era en Halberstad, pero no había certeza de que manera acceder desde allí al «Hakel» y el Google Maps tampoco era claro al respecto. En Berlín, conseguimos el último ejemplar de un mapa de la región, que se había impreso para una asociación de biking. Con ese mapa vimos que el acceso al «Hakel», era a partir del pueblito llamado Heteborn. En Halbertadt contratamos un taxi. El chofer del Mercedes 350 (casi 0 KM), nunca había ido al «Hakel» y de Heteborn, solo había escuchado su nombre. Al llegar a Heteborn, no encontramos en el lugar a absolutamente nadie. Dimos vueltas buscando a alguien para preguntar, pero fue infructuoso, hasta que de repente, en algo similar a una plaza, apareció un cartel, indicando con distintas flechas : para allá al cementerio; para allí al campo de deportes; para ese otro lado al «Hakel». Por supuesto, nos sacamos las fotos de rigor junto al cartel con nuestro apellido y luego, a los diez minutos de marcha, estábamos en la entrada del «Hakel».
Nos había tocado un día de comienzo de la primavera, con un frío descomunal y amenaza constante de lluvia. Pero era el único día que teníamos disponible. La entrada al «Hakel» era una huella totalmente cubierta por las últimas hojas secas que quedaban del invierno, recién finalizado. Estábamos absolutamente solos recorriendo el lugar. El bosque comenzaba a brotar con distintos tonos de verde. El suelo estaba cubierto de pasto grueso con pequeñas flores blancas, que daban la impresión, como si hubiese caído escarcha. El silencio era total y nos sentíamos felices de estar en «nuestro» bosque. Recorrimos los senderos interiores y nos orientamos bien para volver a salir. El chofer del taxi había estado nervioso por si alguna rama le rayara su famante automovil y estaba impaciente, porque habíamos tardado unas dos horas en pedirle que nos lleve desde el «Hakel» a Quedlimburg, que queríamos visitar y de donde retornaríamos en tren a Berlín.
Quedlimburg es una pequeña ciudad, que quedó casi sin tocar durante la Segunda Guerra Mundial y también durante los años de régimen comunista, en esa parte de Alemania. Después de reunificarse Alemania en 1989, comenzó su restauración y fue declarada por la UNESCO, en 1991, como Patrimonio de la Humanidad. Generalmente con ese título que otorga la UNESCO, los habitantes originales ven que sus propiedades aumentan su valor y entonces, las ponen en venta y se mudan. Las plantas bajas de las casas vacías se alquilan para comercios y se va llenando de locales de souvenirs y de lugares para comer y el carácter original de la ciudad, pasa a constituirse en una especie de paseo turístico. A pesar de esto, Quedlimburg es realmente hermosa, con una calidad y cantidad de situaciones urbanas que son un placer de recorrer y poder admirar la proporción irregular (pero perfecta) de las construcciones, que están realizadas con las técnicas constructivas de la Edad Media, cuando Quedlimburg pertenecía a la Liga Hanseática.