en ISLANDIA

Gabriel Hakel

Impresiones acerca de un destino que se está haciendo muy conocido por la gran cantidad de turismo que convoca.

Este «site» es producto de dos viajes a Islandia. El primero del año 2010, en que estuve pocos días el la capital, Reykjavik. El segundo viaje es de la primavera boreal del 2018, en el que fuimos con mi esposa al norte de la isla en avión y haciendo base en Akureyri (la segunda ciudad de Islandia), hicimos un circuito en automóvil alquilado por la campiña y la costa, llegando hasta la pequeña ciudad de Raufarhöfn, de solo 270 habitantes y que está «casi-casi», sobre el Círculo Polar Ártico. Las rutas están en buen estado, pero son muy angostas. Eso se torna peligroso cuando hay sorpresivos cambios de clima y la visibilidad queda reducida a cero, a causa de la neblina. En el año 2010 Islandia estaba todavía en estado de «shock», por la grave crisis financiera que había sufrido en 2008 y 2009, producto de la especulación que se había desatado, con los llamados derivados financieros, que se desmoronaron por carecer de respaldo real. Banqueros y funcionarios, fueron puestos en prisión; se ajustó la economía y se le dio gran incentivo al turismo. En 2018 comprobamos que la situación económica del país se había recuperado totalmente.

Había visto imágenes de construcciones tradicionales, cuyos techos estaban recubiertos de pasto, que actuaba como aislante del clima frío, lluvioso y húmedo. Por un lado hay unas granjas reconstruidas, para consumo turístico, que están todas muy prolijas y acondicionadas para ver como era antiguamente, la forma de vida en esas regiones. Pero las que son realmente auténticas, son las tres iglesias de madera, con techo cubierto de turba y pasto, que hay en esa región y que se mantienen como fueron construidas desde hace varios siglos. La más impresionante es la Hofsos, donde uno tiene que dejar el automóvil bastante lejos y ve un valle que se abre delante de uno hacia el horizonte. Y hay que comenzar a caminar en esa dirección y se comienza a divisar una presencia de «algo» en medio del valle. Es una construcción pequeña y circular y se comienza a distinguir la pequeña iglesia de madrea, con su cerco y su pórtico de entrada. No hay absolutamente en el valle. El sol del verano es fuerte y rasante y sopla un viento muy frío. En el verano, solo hay 45 minutos de oscuridad (después de medianoche) y uno se imagina entonces al invierno ahí, con ese único pequeño lapso, con luz diurna.